En la primera foto podeis ver un camping delante del que pasamos. 
Seguimos en el margen derecho del río y tomándonos con filosofía lo de cumplimentar la segunda etapa, la más larga de todas. Durante el trayecto hay numerosos banquitos y mesas para sentarse y descansar, tomarse un respiro. Muchas veces el paisaje es tan espectacular que invita o casi obliga a frenar la bici y disfrutar de él un par de minutos. Me llamó mucho la atención que hay tumbas junto al río Danubio, en un lateral del carril-bici. Algunas eran muy antiguas. Había una que despertó mi imaginación. Una rosa natural había florecido entre la imagen de un hombre uniformado y joven y una mujer muy hermosa. Eran fotos en blanco y negro. La tumba databa de los años 40. Sus sonrisas congeladas en el tiempo, su imagen envejecida por el deterioro de estar a la intemperie contrastaba con la belleza de la rosa roja recién nacida, fresca, brillante por las gotas de rocío...y ya casi sin poder remediarlo me inventé una hermosa historia de amor entre estas dos personas. Quizás la invención no andará lejos de la realidad, quizás el escenario eterno de su amor parado junto al camino era casi una fuente inevitable de inspiración, lo cierto es que no pude evitar detenerme junto a esta tumba. No tomé fotos porque me parecía que el misticismo que me transmitía se rompería.
El primer pueblecito que nos encontramos al emprender la marcha en la segunda etapa se llamaba Inzell. Era un pueblo muy tranquilo, sólo se oían los pájaros, las calles estaban desiertas y parecía un lugar casi mágico por su ubicación y sus preciosas casas engalanadas y repletas de flores.
Mi empeño en subir al mirador de Schlögen para poder ver el meandro, retrasó dos horas la salida hacía nuestro destino de ese día, pero si alguna vez vais por estas tierras os recomiendo que subais y disfruteis del espectacular paisaje. Llegar al mirador en tiempo puede costar aproximadamente media hora. Se llega tomando un sendero justo detrás de una casa amarilla que hay junto al hotel y se atraviesan unos bosques increibles. La granja donde habíamos pasado la noche, estaba situada justo dentro del meandro, así que os podeis imaginar al ver las imágenes que fuimos unos privilegiados.
Tras nuestra relajada noche en la granja, decidimos desayunar allí mismo y como podeis imaginar, el desayuno fue muy casero. Desde el queso a la mermelada, todo eran productos hechos por los granjeros. Después cogimos nuestras bicis y nos fuimos al embarcadero donde por dos euros te pasan al margen derecho del río. En ese lado íbamos a comenzar nuestra segunda etapa pero no antes de hacer una pequeña e interesante excursión que os contaré mañana...
Como vereis la primera etapa dió mucho de si. Llegamos a Schlögen por el margen izquierdo del río y teníamos dos opciones, o bien cruzar a la otra orilla(hay dos barquitos, a una distancia de 50 metros uno de otro,que te pasan al otro lado)para dormir en un camping que había junto a un hotel, o elegir un camping a menor escala pero en mi opinión mucho más interesante, así que nos quedamos con la segunda opción. El camping era el jardín de una granja y los únicos campistas eramos nosotros. La granja está en un lugar privilegiado y es ideal para quien quiera tranquilidad. La señora que nos atendió era la dueña de la granja y no hablaba nada de inglés pero eso no impidió que nos entendieramos. Dormir en su jardín valía 3,50 euros, baño y ducha incluidos. Como vereis en las fotos pudimos decir eso de ¡hogar, dulce hogar!.
La última parte del trayecto de la primera etapa discurría por un carril bici que casi parecía un túnel ya que la vegetación abundaba y la copa de los árboles de ambos lados del carril se unían sobre nuestras cabezas. Nos encontramos muy cerca ya del lugar donde teníamos que pasar la primera noche y en el margen izquierdo del río.
Tras visitar la abadía, seguimos nuestro camino entre campos de maíz y por el margen derecho del río. Llegó un momento en que el carril bici desembocó en una carretera donde tuvimos que extremar precauciones por la velocidad de los coches, casi no hay arcén y afortunadamente es un tramo corto pero eso si, con una pendiente considerable. Fuimos a buscar una carretera que queda a mano derecha y gira hacía un puente que te permite pasar al margen izquierdo del río. Allí, en esa curva, nos encontramos un montón de gallinas sueltas pica que te pica en medio de los hierbajos y una llama que no paraba de mirarnos y que se comportó porque según nos han contado después hubiera sido muy fácil que nos hubiera recibido con un escupitajo.
Merece la pena tomarse unos minutos para visitarla. Es una abadía cisterciense del Siglo XIII, concretamente del año 1293 y es una preciosidad, sobre todo en su interior.
Al salir del pueblo hay un largo paseo que va a desembocar a la Abadía, pero si se va por la parte de la carretera, detrás de la gasolinera, se puede ver la bonita extensión de prado convertido en zona de juegos infantiles, con una barquita y todo para que los niños pasen de una orilla a otra de la pequeña lagunita, tirando de la cuerda.
Me atrevería a decir que este fue el pueblo que más me gustó y no sabría explicar muy bien porqué. Es un lugar precioso, pero vaya, lo cierto es que vimos otros pueblos que eran de cuento de hadas, sin embargo, en Engelszell experimenté una paz y una sensación conforme entré a sus calles que me conquistó. El pueblo parece al principio una especie de zona residencial donde casi daba miedo hablar de tanto silencio como reinaba. Estaba lleno de casas a cuál más bonita, con sus flores, enanitos y demás en los jardines y ventanas. Todos los detalles estudiados y perfectamente colocados. Después conforme avanzas por sus calles hay más movimiento, pero la verdad es que es muy, muy, muy tranquilo. Comimos en un parque de juegos infantiles donde se oía nada más que el zumbido de alguna avispa al pasar. Después entré al supermercado a comprar unas postales y el tendero y yo hicimos migas. Me contó que estaba estudiando inglés, así que tenía ganas de charlar conmigo a pesar de que poco podía aprender de mi inglés, que deja mucho que desear, pero nos entendimos, nos preguntamos cosas y nos reímos. Tras esto Pedro y yo subimos a la iglesia. El cementerio está pegadito a ella, en lo alto de una colina. No caben más plantas y flores en las tumbas. Y hay una vista muy bonita del pueblo. Estamos por fin en tierras austriacas, en la comarca de Oberösterreich.
Y ya estamos en estas fotos en el margen derecho del río, allí paramos a descansar y a refrescarnos tras el esfuerzo de subir y bajar escaleras con tropecientos kilos de carga en nuestros carritos bicicleteros. Además es una zona donde el río viaja con fuerza y el sonido del agua corriendo resulta muy relajante.
Queríamos cambiar al margen derecho del río y encontramos este puente que veis en las fotos. Una mujer nos informó de que unos kilómetros más adelante podíamos atravesarlo en ferry. Finalmente decidimos enfrentarnos a las interminables escaleras porque teníamos interés en ver algunos pueblos del margen derecho. Nos tocó desmontar los carritos y subirlos entre los dos a lo alto del puente, lo mismo hicimos con las bicis. Después y ya al otro lado, tuvimos que hacer la misma operación para bajar...afortunadamente los demás puentes que tuvimos que atravesar durante el resto del camino estaban adaptados a las bicicletas, está fue la única excepción.
Obernzell fue el último pueblo alemán que pasamos. Seguimos hablando de el margen izquierdo del río. Tras pasar este pueblo se atraviesan unos prados preciosos llenos de maíz y flores.
Pensábamos que Passau estaba fronterizo con Austria pero lo cierto es que tuvimos que pasar varias localidades alemanas antes de entrar en el otro país, eso sí, a mitad camino de la primera etapa ya cambia la bandera.
